Capitulo Segundo



CAPÍTULO 2: EL PROFESOR





Ocho de la mañana. Sonó la alarma de un teléfono móvil, pero su joven dueño ni se inmutó.
Ocho y cuarto. Marta, su madre, entró en la habitación y le llamó:

-¡Joan, despierta, mira que hora es!

El chico siguió durmiendo.
Al ver que su hijo no hacía caso alguno, se acercó a la cama y le zarandeó.

-¡Joan, vas a llegar tarde a la Facultad! ¡Joan, despierta, abre los ojos!

Le costó bastante, pero poco a poco el joven se fue incorporando y desperezando.
Fue hacia el lavabo casi sonámbulo, tanteó con las manos hasta encontrar el grifo y lo abrió.
Cogió agua y se mojó la cara.
Se encontraba algo más fresco, pero aún se le cerraban los ojos, así que volvió a coger agua y se los lavó.
Entró en la cocina, donde su madre le había puesto un vaso de zumo de melocotón y unas magdalenas.
Poco a poco, notaba que recobraba las fuerzas y estaba cada vez más despierto.

-Joan, eso te pasa por venir tan tarde. ¡A saber de dónde vendrías anoche!

Entonces lo recordó y una extraña sonrisa empezó a dibujarse en su rostro.
Volvió a tener esa sensación de poder, la cual le hacía sentirse prácticamente como un dios.
Marta le miró extrañada, nunca había visto en él esa cara, que hasta llegó a provocarle algo de pánico, lo que hizo que incluso se apartara rápidamente en cuanto su hijo pasó a su lado para cambiarse de ropa.
En cuanto llegara su padre, que trabajaba de noche como vigilante jurado, se lo comentaría.
Una vez vestido y con todo lo que tenía que llevar a las clases, Joan bajó a la calle.
Se dirigió hacia la Rambla Prim y esperó la llegada del autobús.
Era el número 33, que le llevaría hasta la Facultad de Derecho, en la Avenida Diagonal.
Allí se estaba especializando en Ciencias Sociales y Jurídicas.
Para subir créditos, se había inscrito en el Grado de Criminología.
Una vez en el aula, se disculpó por llegar tarde a Enric, el profesor de dicho grado.
Se fue hacia su pupitre y se sentó.

No se había percatado de que Enric llevaba un periódico en la mano, el cual desplegó y se dispuso a hablar para sus alumnos:

-¡Amigos, para la clase de hoy, voy a aprovechar un terrible suceso que aconteció anoche y que es la noticia del día!

Todos los alumnos, sin excepción, miraban expectantes a Enric, a la espera de sus próximas palabras.
Él se dio cuenta y dejó pasar unos minutos sin decir nada, para que aumentara su impaciencia.
Le gustaba jugar psicológicamente con las personas, lo que no sabía era que Joan le tenía como una referencia y que por ese motivo estaba cambiando la personalidad del joven sin darse cuenta de ello.
Enric tenía la teoría de que una persona no era psicópata por tener determinado gen, sino que todos lo éramos en nuestro interior y sólo algunos dejaban salir esa faceta, motivados por algo que había hecho cambiar su vida, la chispa que les había hecho explotar.
Seguramente, lo sabía porque muchas veces había tenido ganas de cometer atrocidades después de algún atropello, pero se había controlado y eso era lo que le separaba de los maltratadores y los asesinos.

En cuanto el profesor vio que sus alumnos ya no aguantaban más, soltó:

-Anoche hubo un homicidio. Ocurrió en el último tren del metro de la Línea 4 y la víctima era un indigente.
Con sólo esos datos, ¿Cuál pudo ser el motivo del agresor?

Los chicos contestaron todo tipo de razones, todas lógicas por supuesto.
Desde una banda de "skin heads" (cabezas rapadas) hasta una pelea con otro sintecho.
Joan contestó que seguramente sería obra de un psicópata asesino.
Enric le miró, orgulloso.
El chico era su mejor alumno.
Mostraba mucho interés en las clases y sabía que si se lo propusiera, llegaría a ser un gran criminólogo.
Una de sus lecciones era que para poder atrapar a un psicópata, había que pensar como él.
Y vaya si Joan lo había aprendido, pero Enric ni se imaginaba que no sólo había pensado como uno, sino que había actuado como uno y el chaval tenía que contenerse para no clamar que la clase de hoy trataba sobre su primera obra maestra.

CAPÍTULO TERCERO: Las extrañas pruebas