Capitulo Doce

CAPÍTULO 12: DE PESADILLA A REALIDAD



El profesor iba en busca de su vehículo, cuando escuchó una extraña voz que le llamaba:

-¡Eeeeenriiiic, proooofeeeesooor Enric!

Se giró, pero sólo pudo ver una forma oscura que se movía muy rápidamente en círculo.
Corrió hacia su vehículo y, justo cuando iba a abrir la puerta, un brazo presionó su cuello dejándole inconsciente.
Al despertarse, vio que se encontraba en algún lugar lúgubre y húmedo.
Iba a marcharse cuando delante suyo apareció una criatura que parecía una bestia con forma humana.
Se quedó inmóvil, orinándose encima, lo cual hizo reír al monstruo.


-Siéntese profesor Enric, aunque soy lo mismo que quiso matarte cuando eras pequeño, esta vez no quiero hacerte daño.

Enric se sentó, pero desconfiando de lo que aquel ser le había prometido, miró hacia un lado y hacia el otro, intentando vislumbrar alguna posible salida.

-Sé lo que estás pensando, profesor... Y haces bien, no hay que fiarse nunca ni de uno mismo. Pero no te voy a matar porque me eres muy útil, eres justo la persona indicada para resolver un problema que tengo.

-¿Y que problema es ese?

-Te lo explicaré al final de la historia de mi vida, para que así aún tengas más ganas de ayudarme.
Verás, antes de ser así, yo era una persona normal, un humano...

-Francesc.

-Exacto. Fui amigo de tu padre desde la niñez. Y, al igual que él, era pescador. Una tarde nos encontrábamos cerca de las costas de Noruega cuando vimos a otro barco, sólo que parecía que fuera a la deriva.
Como no contestaban, unos cuantos y yo decidimos subir a bordo. Parecía vacío, hasta que llegamos a una cámara frigorífica repleta de cadáveres. Al principio, pensamos en una posible epidemia contagiosa, aunque lo raro fue que no encontráramos ningún cuerpo más fuera de dicha cámara y ésta estuviera cerrada desde fuera. Tal vez el último que quedara con vida acabara contagiado y cayera por la borda antes de morir.

Íbamos hacia el bote para regresar a nuestro barco, cuando algo se lanzó directo a mi cuello y me clavó sus colmillos, paralizándome mientras me chupaba la sangre. Uno de mis compañeros le disparó una bengala por la espalda, obligándole a soltarme. Mientras aquella cosa gritaba de dolor, me cogieron a cuestas y me llevaron de vuelta al barco pesquero, donde me hicieron los primeros auxilios con lo que había en el botiquín para casos de emergencia.
Pero yo cada vez estaba peor, sudaba mucho, mi temperatura corporal y mi pulso iban en descenso. No soportaba la luz del Sol, así que me pusieron en un camarote sin ventanas.

Pasados unos días, entré en una especie de letargo. Como mi cuerpo estaba muy frío y no se me notaba el pulso, me dieron por muerto.
A la noche siguiente, el barco se encontraba cerca de Ametlla de Mar, pero decidieron echar anclas para así entrar a puerto cuando fuera de día.
Pero no fue así, desperté de mi letargo con mucha sed, mi olfato distinguía la sangre de mis compañeros y mis oídos los latidos de sus corazones bombeándola.

No me pude resistir y, uno a uno, los fui vaciando a todos después de atacarles.
Mi cuerpo había cambiado: en vez de manos tenía garras y mi cuerpo se había vuelto fibroso y musculado. Ahora era un depredador más.
Me deshice de los cuerpos, puse el barco en rumbo contrario y volví al pueblo con el bote.

CAPÍTULO 13: LA CONFESIÓN